George J. G. Cheyne, el hispanista que estudió a Costa

por Carlos Bravo Suárez

Hace 15 años que murió George J. G. Cheyne, el gran hispanista inglés que estudió, como nadie lo había hecho antes, la vida y la obra del ilustre polígrafo y pensador altoaragonés Joaquín Costa. Su muerte se produjo a finales de diciembre de 1990 en la localidad inglesa de Newcastle upon Tyne, donde residía y de cuya universidad fue doctor en Filosofía y Letras y más tarde director del Departamento de Estudios Hispánicos y Latinoamericanos. Había nacido en 1915 y contaba, por tanto, con 75 años de edad cuando se produjo su fallecimiento.

BIBLIOGRAFÍA DE GEORGE J. G. CHEYNE

- "A bibliographical Study of the Writings of Joaquín Costa". Tamesis, Londres, 1972.
- "Joaquín Costa, el gran desconocido". Ariel, Barcelona,1972.
- "Confidencias políticas y personales: Epistolario J.Costa-M.Bescós, 1899-1910". Institución Fernando el Católico, Zaragoza,1979.
- "Estudio bibliográfico de la obra de Joaquín Costa". Guara Editorial,Zaragoza,1981.
- "El don de consejo: Epistolario de Joaquín Costa y Francisco Giner de los Ríos". Guara Editorial, Zaragoza,1983.
- "Ensayos sobre Joaquín Costa y su época". Instituto de Estudios Altoaragoneses, Huesca, 1991.
- "El renacimiento ideal: Epistolario Joaquín Costa y Rafael Altamira (1888-1911). Instituto de Cultura "Juan Gil-Albert", Alicante, 1992.

No incluyo en esta lista otros trabajos escritos por Cheyne a lo largo de sus años de dedicación a Costa: artículos, conferencias, colaboraciones en obras colectivas o prólogos a obras ajenas. No hay que decir que todos ellos, aunque tal vez de menor envergadura, tienen también un indudable interés.

No es necesario celebrar ningún aniversario para recordar la extraordinaria labor investigadora llevada a cabo por Cheyne, merecedora de reconocimiento permanente por quienes aprecian la cultura en general y están interesados en la obra y el pensamiento de Costa en particular. Su figura es, sin duda, respetada y admirada por los costistas, que lo consideran el primero entre los suyos, pero Cheyne sigue siendo un desconocido para una gran mayoría de aragoneses y españoles. Tras su muerte, se dio su nombre a una calle de Graus, lugar que el británico visitó ininterrumpidamente durante los últimos treinta veranos de su vida y donde Costa pasó buena parte de la suya hasta el fin de sus días en 1911. Son, sin embargo, muchos los grausinos que ni siquiera conocen por su nombre actual dicho pasaje, pues sigue utilizándose su anterior denominación popular y una placa oscura impide leer la inscripción con claridad. Merecería el gran hispanista, que tanto quiso a Graus y a Costa, un lugar más relevante en la memoria del pueblo. Gran acierto es, sin duda, dar su nombre a la biblioteca de la sede de la UNED en Barbastro. Es proverbial la falta de gratitud de los aragoneses con los suyos e incluso también, a veces, tal vez menos, con algunos foráneos que han hecho mucho por destacar nuestra cultura.


Es cierto, por otro lado, que coincidiendo con su muerte, los estudiosos de Costa rindieron merecido homenaje a Cheyne. Fue en la revista "Anales de la Fundación Joaquín Costa", en su número 7, publicado en Madrid en 1990. En una docena de páginas, mostraban su admiración por el hispanista devotos de Costa - algunos también descendientes suyos - en sentidos artículos firmados por Alfonso Ortega Costa, José María Auset Viñas, Josep Fontana - de quien se reproducía parte de su elogioso prólogo a la biografía de Costa escrita por el inglés -, Gloria Medrano y Lorenzo Martín-Retortillo Baquer. Este último hizo también loa del hispanista fallecido en una magnífica colaboración publicada al año siguiente en el BILE (Boletín de la Institución Libre de Enseñanza). Todos ensalzaban su dedicación y su rigor intelectual, pero también su calidad humana y su simpatía. Especialmente interesante es el artículo del grausino José María Auset Viñas, que afirma con absoluto acierto que en los estudios sobre Costa se observan dos épocas bien diferenciadas: la anterior a Cheyne, en la que, salvo alguna excepción, muchos de los trabajos que a él se dedicaron contribuyeron más que a otra cosa a crear confusión sobre su figura; y la época posterior a los estudios del inglés, quien sentó las bases para un análisis más objetivo, riguroso y sistemático tanto de la vida como de la obra del ilustre polígrafo. Aprovecho para mostrar aquí mi gratitud al señor Auset por su amabilidad, las informaciones que sobre Cheyne me facilitó y los libros que me prestó, y para destacar el cariño que ha mostrado siempre hacia la figura de su tío-abuelo, cuyo legado ha conservado con esmero. A sus más de noventa años sorprende la lucidez de su conversación y la claridad de sus recuerdos y opiniones. Por encima de todo lo demás, el señor Auset destaca en Cheyne su gran humanidad: a su elevada estatura física unía un gran corazón. También su paciencia y su desconocimiento de la prisa, y la gran importancia que en su vida y en su trabajo intelectual tuvo su mujer, Asunción Vidal, doctora en psiquiatría y colaboradora codo con codo con su marido, algunas de cuyas obras y artículos tradujo, espléndidamente, del inglés al español. Durante treinta años, de 1960 a 1990, en el mes de agosto Cheyne nunca faltó a su cita grausina.

Como el propio hispanista indica, fue fundamental en su elección de Costa como objeto de estudio el hecho de haber conocido en 1960 en Barcelona a su hija Pilar, cuya franqueza y bondad le causaron honda impresión y quien le ayudó, al igual que sus hijos, en su labor investigadora. Si Cheyne conoció a la única hija de Costa fue debido a la familia de su mujer, cuyo padre, Joan Françesc Vidal i Jové, era amigo de doña Pilar. El hijo de ésta, Alfonso Ortega Costa, reproduce en su artículo de la revista "Anales" en homenaje a Cheyne la carta de presentación que el señor Vidal envió a su madre en 1959 y parte de cuyo texto es el siguiente: " Entre las cosas pintorescas que me han salido con los años, he de citar un yerno inglés que se llama G.J.G. Cheyne, muchacho encantador y con el grave defecto de ser inteligente, que casó con mi hija Asunción (la que es médico). Recientemente ha conseguido la licenciatura de Lengua y Literatura Española en la Universidad de Londres y, al preparar su tesis para el doctorado, ha elegido como tema la obra y vida de Joaquín Costa". La hija del gran polígrafo recibió a Cheyne a instancias de su suegro y, como hemos dicho, el conocimiento directo de aquélla reafirmó al estudioso británico en su idea de convertir a Costa en tema de su tesis doctoral.

Rememora el nieto de Costa en el mismo artículo el primer viaje de Cheyne desde Barcelona a Graus y Monzón en el verano de 1960 para conocer los principales lugares costistas de ambas localidades. En un Citroen "dos caballos", realizaron el viaje el matrimonio Cheyne y los nietos de Costa, Rafael y Alfonso. Visitaron primero su casa natal en Monzón y la iglesia de Santa María del Romeral, donde Cheyne tomó fotografías de la pila en que fue bautizado el escritor y habló con el vicario de la iglesia sobre el deficiente estado de conservación de su partida de bautismo. En Graus, visitaron la plaza Mayor, la plaza de Coreche, donde se halla la casa en la que vivió la familia Costa Martínez, la casa donde murió don Joaquín - como a Cheyne gustaba llamarlo -, en la calle que ahora lleva su nombre, y el monumento a él dedicado que preside la calle Salamero.


A este primer viaje sucedieron, como hemos dicho, muchos otros, y Cheyne fue teniendo acceso a los legajos del archivo grausino de Costa, que en gran medida fue microfilmado por el hispanista para su mejor estudio y su preservación de cualquier contingencia. Una de las cosas que me comentó el señor Auset fue el gran conocimiento que tenía Cheyne de los papeles del archivo de Costa en Graus, pues a veces le escribía para solicitarle algún dato y le indicaba con absoluta precisión el lugar donde éste se hallaba. Viajó el estudioso inglés en busca de documentación e informaciones que contribuyeran a su mejor conocimiento de Costa a los lugares que hizo falta: sobre todo a Madrid, pero también, cuando fue necesario, a La Solana, en La Mancha, donde Costa vivió un prolongado pleito que consumió durante largo tiempo muchas de sus energías. De sus frecuentes visitas a Huesca, cuenta L. Martín-Retortillo en el citado artículo en el BILE que Cheyne decía que dormía mucho mejor desde que en la ciudad había un importante equipo de baloncesto, pues eso había obligado al hotel en que solía hospedarse a instalar camas especiales para personas de elevada estatura. Al margen de esta graciosa anécdota hay que insistir en que el inglés dedicó mucho tiempo de su vida al conocimiento objetivo y riguroso de la compleja figura de Costa. Y el resultado son sus magníficos libros en los que, además de plasmar toda esa gran dedicación y entrega, trasmite al lector sus conocimientos con claridad y de forma amena, haciendo fácil e inteligible a todos la gran complejidad vital e intelectual de la rica personalidad del gran jurista y orador aragonés. Ese es, en mi opinión, su mayor logro. Cheyne huye de cualquier pedantería y lejos de la farragosidad de muchos de los textos que sobre el llamado "León de Graus" se han escrito, redacta sus obras con sencillez y precisión, a la vez que con exquisita corrección y elegancia.


La primera obra de Cheyne sobre Costa fue su tesis doctoral "A bibliographical Study of the Writings of Joaquín Costa", editada en Londres en 1972 y traducida al español por su mujer en 1981 como "Estudio bibliográfico de la obra de Joaquín Costa (1846-1911)". Se trata de un extraordinario trabajo de recopilación, ordenación e inventario de toda la ingente, dispersa y variada obra de Costa, y supone un ejemplo de dedicación, metodología y rigor. El libro constituye una herramienta imprescindible para quien quiera abordar en toda su extensión la obra escrita del ilustre altoaragonés.


En el mismo año de 1972, se publicó "Joaquín Costa, el gran desconocido", al que se añadía el subtítulo de "esbozo biográfico" que podía hacer pensar en unos meros apuntes sobre la vida del personaje estudiado. Nada más lejos de la realidad: el libro es un extraordinario acercamiento a la figura humana del escritor, a sus humildes orígenes, a su infancia en un mundo hostil a su extraordinaria inteligencia, a su voluntad de hierro para superar los obstáculos físicos y materiales que padecía, a sus desengaños, a las injusticias sufridas por su humilde cuna, su procedencia y su vinculación al ideario krausista y librepensador de la Institución Libre de Enseñanza, a su frustrado amor con Concepción Casas por esos mismos motivos, a su paternidad casi clandestina, a sus sinsabores políticos, a su soledad, a su descomunal capacidad intelectual y de trabajo, a su integridad y honradez tal vez obsesivas pero siempre ejemplares y modélicas, a los intentos de manipulación de su pensamiento y su figura, tanto en vida como después de su muerte, a su enfermedad degenerativa que lo convirtió en una ruina física como él, en los momentos de desánimo, decía de sí mismo. Ninguna biografía anterior ni estudio posterior sobre su vida nos ha acercado tanto al Costa hombre, al sabio incomprendido, al titán en lucha solitaria y sufriente contra la hipocresía y la falsedad del mundo. Es sintomático de la cultura de un país o de una comunidad que una biografía ejemplar sobre uno de sus hijos más ilustres lleve más de treinta años sin ser reeditada y sea hoy imposible de encontrar en las librerías, y eso cuando un año tras otro políticos de todos los colores y pelajes se llenan la boca hablando de alguien a quien, a buen seguro, si volviera a vivir ignorarían o harían la vida imposible como ya le sucedió en vida.


Publicó Cheyne tres epistolarios de Costa con tres importantes personajes de la época con los que mantuvo una estrecha relación: Manuel Bescós, Francisco Giner de los Ríos y Rafael Altamira. Las cartas intercambiadas con Bescós vieron la luz en 1979 con el título de "Confidencias políticas y personales: Epistolario Joaquín Costa - Manuel Bescós (1899 -1910)". Cheyne dedicó el libro a José María Auset Viñas. Manuel Bescós Almudévar (Escamilla, 1866 - Huesca, 1928) era un abogado y hombre de negocios, viajero y culto, que llegó a ser alcalde de Huesca por algunos años. Su padre, que ayudó a Costa a su llegada a la capital altoaragonesa, era carlista convencido y por ese motivo rompió con aquél cuando evidenció posturas liberales y krausistas. Sin embargo, Bescós (hijo) fue siempre devoto seguidor de Costa y admirador de su pensamiento. Podríamos decir que era el hombre de confianza de Costa en la ciudad de Huesca para sus proyectos regeneracionistas. Por eso predominan los temas políticos en su epistolario y en él podemos conocer la verdadera opinión, espontánea y sin tapujos, del gran polígrafo sobre la situación política y sobre algunos personajes de la época (especialmente negativas son sus impresiones sobre Alba y Paraíso, sus dos acompañantes en la frustrada aventura de la Unión Nacional). En una carta de 1907, enviada desde su retiro de Graus, Costa muestra su agradecimiento a Bescós, pero deja traslucir su intensa sensación de fracaso tras sus sucesivas intentonas políticas: "Fracasé, ha fracasado el republicanismo; ha fracasado España. Y no me cumple ya más sino hacer honor a ese mi fracaso, doblándole la frente, sometiéndome decorosamente, sin patalear, a la fatalidad de mi impotencia, ahogar la ira en el silencio y oscuridad de este rincón, maldecir a los traidores de 1899-1900 y a los infieles de 1903-1907, llorar los años de vida perdidos en perseguir una utopía -la resurrección de un cadáver putrefacto-, y expresar a usted una vez más el testimonio de mi agradecimiento como español por su concurso de entonces, como por su ofrecimiento y buena memoria de ahora". Pero no todo es política en la correspondencia entre los dos ilustres altoaragoneses, hay siempre referencias a su amistad, a sus situaciones personales e incluso a los temas literarios. Así, Bescós envía a Costa su libro "Las tardes del sanatorio" sobre el que Costa ejerce su crítica literaria, en algún momento algo severa, y que el discípulo encaja sin reparo como todo lo que viene de su maestro. Incluso en 1910 envía a éste un proyecto de novela que pretende titular "El último tirano" y sobre el que Costa, cada vez más enfermo, no llega a contestar, tal vez molesto porque Bescós interfiera en sus propios planes novelísticos. Bescós, que adoptó el nombre literario de Silvio Kossti, no convirtió ese proyecto en realidad, pero sí escribió dos nuevas obras (además de "Las tardes del sanatorio", de la que existe una edición de 1981 en Guara Editorial): "La gran guerra" (1917), donde proclama su germanofilia, y "Epigramas", que mandó retirar al poco de su publicación y que fue editado en 1999 en La val de Onsera.


En 1983, Cheyne publicó "El don de consejo. Epistolario de Joaquín Costa y Francisco Giner de los Ríos (1878 -1910)". Francisco Giner de los Ríos (Ronda, 1839 - Madrid, 1915) era una de las figuras más señeras de la cultura española del momento, profesor de la Universidad, fue fundador y director de la Institución Libre de Enseñanza. Cuando Costa llegó a Madrid, encontró en Giner al maestro y al hombre íntegro que buscaba como modelo y referente. Al ser el malacitano apartado de la docencia universitaria en 1875 por cuestiones políticas, en solidaridad con él -y pese a lo mucho que necesitaba el puesto-, Costa renunció a la plaza de profesor supernumerario de la Universidad madrileña y se vinculó a la Institución Libre de Enseñanza. Este hecho será determinante para su futuro, pues los conservadores ultramontanos consideraban a los librepensadores krausistas poco menos que demonios y procuraban cerrarles todas las puertas. Aunque años después Costa se alejó de la Institución, siempre mantuvo su amistad con Giner. El epistolario publicado por Cheyne arranca con una carta cuyo grado de confianza muestra que entre los dos personajes existía ya una amistad consolidada. En dicha epístola, de enero de 1878, Costa, que va a cumplir 32 años, explica a Giner su enamoramiento de una muchacha de Huesca llamada Concepción Casas, por la que cree ser correspondido pero cuyo padre, "aunque médico y catedrático, es ultramontano intransigente" y, al saber la pertenencia de Costa a la Institución Libre de Enseñanza, impide la continuidad de la relación. Ante el sufrimiento que ello le provoca, Costa solicita la opinión de Giner -"que posee el don de consejo"- para saber la actitud que debe adoptar ante el rechazo. La respuesta de Giner tarda en llegar y en ella, con buenas palabras, aconseja a Costa que desista de forzar la situación y que "abandone el campo resueltamente y sin insistencias, que serían ya una ofensa a la conciencia de esa señorita, y envolverían una persecución impropia de un hombre de honor". Giner termina diciendo que "sentiría vivamente ver que usted decayese ante los demás como ante sí mismo", porque "los hombres deben guardar para la intimidad sus penas y dolores: en público, morir, si es preciso, con la sonrisa en los labios, con gracia y sin sensiblería". La carta de respuesta de Costa se inicia con una sentencia para referirse a la frialdad exigida por Giner: "Usted no es un hombre, es una categoría". Pero el aragonés acepta el consejo de su amigo con una mezcla de resignación e ironía: "Es verdad, nada de comunión de penas; nada de válvulas, sonría la primavera sobre el cráter; ya que nacemos llorando, muramos riendo; seamos héroes, no mujeres: tengamos corazón para sufrir y esconder el sufrimiento". Me he detenido en estas primeras cartas que muestran el grado de absoluta confianza que reina entre los dos personajes e ilustran sobre la frustrada relación amorosa de Costa con Concepción Casas. La correspondencia entre ambos -son 124 las misivas reproducidas en el libro- continuará hasta la muerte del aragonés. Éste siempre busca el magisterio y la aprobación de Giner a sus proyectos políticos e intelectuales y halla en sus consejos un refreno a su carácter a menudo demasiado impulsivo y temperamental. Sin embargo, en ocasiones las diferentes procedencias sociales de ambos -Giner venía de una familia acomodada - afloran y provocan un cierto resentimiento en Costa: "Tengo una fisiología diferente de la de ustedes, y con ello unos tiempos y unos medios muy diferentes. Me he resignado hace tiempo a vivir fuera de la comunión de los que han tenido fisiología y psicología y economía acomodadas al medio y pueden hablar el lenguaje de su planeta y moverse en él".


La muerte sorprendió a Cheyne cuando estaba preparando la edición del epistolario de Costa con el gran historiador y jurista Rafael Altamira (Alicante, 1866 - México, 1951), que pudo ver la luz en 1992, dos años después del fallecimiento del estudioso británico. El libro lleva el título de "El renacimiento ideal: epistolario de Joaquín Costa y Rafael Altamira (1888-1911)" y contiene un gran número de cartas entre ambos, a veces simples notas a entregar en mano que desempeñaban una función que años después vino a sustituir el uso del teléfono. Altamira es más joven que Costa y se considera su admirador y discípulo; su gran preparación intelectual le llevó a seguir una rápida y brillante carrera. La relación entre ambos es, sobre todo, intelectual y erudita, y menos personal e íntima que en los dos casos anteriores. Sin embargo, su amistad crece con el trato, a la vez que el respeto mutuo por la solidez de sus respectivas formaciones. No obstante, en algunas cartas se observa el intento fallido de Costa de involucrar más a Altamira en sus proyectos políticos, que hace que se sienta decepcionado por la falta de verdaderos apoyos obtenidos entre la élite universitaria.


En 1991, un año después de la muerte de Cheyne, se publicó el libro "Ensayos sobre Joaquín Costa y su época", en el que se recogen -con una magnífica introducción de Alberto Gil Novales- once escritos del hispanista, algunos publicados en prensa y otros transcripciones de conferencias y presentaciones de libros. Estos trabajos contribuyen a ampliar algunos aspectos de la vida y la obra de Costa que Cheyne ya había tratado en su biografía y en sus libros anteriores. En algunos de los ensayos que leemos en esta recopilación podemos ver, entre otras cosas, la derrota de Costa frente a Marcelino Menéndez Pelayo en su lucha por el premio extraordinario del doctorado de Filosofía y Letras, a pesar de que el erudito cántabro no se había ajustado al tema propuesto para examen. También conocemos la decisiva intervención del aragonés para salvar de la muerte al anarquista catalán Pere Corominas, condenado a la pena capital tras ser considerado autor moral de un atentado con bomba en Barcelona en 1896; o cómo, de las dos cartas enviadas por Galdós a Costa en 1901, se deduce una sincera y sólida amistad entre ambos. Muy esclarecedor es también el trabajo en el que Cheyne explica las causas del fracaso de la Unión Nacional que resume en dos: su falta de constitución en verdadero partido y la precipitada y poco organizada cuestión de la resistencia al pago. Costa nunca estuvo de acuerdo con ese procedimiento, pero -desmintiendo a quienes le acusan de soberbio- se sometió a la decisión de la mayoría y aceptó una propuesta que, como él preveía, constituyó un estrepitoso fracaso. Complemento de su libro biográfico es el artículo "Enfermedad y muerte de Joaquín Costa y la tragicomedia de su entierro en Zaragoza". En él, Cheyne defiende la tesis de que el gobierno de Madrid, ante el temor a verse desbordado por las manifestaciones contrarias si Costa -con gran predicamento moral entre las clases populares- era enterrado en la capital como se había decidido, instigó la detención del cortejo fúnebre en Zaragoza y el entierro en la misma del ilustre finado.


Sin hacer referencia a otras colaboraciones, artículos o prólogos de obras ajenas, hemos visto la importancia capital de la obra de Cheyne para el conocimiento de Costa. Por eso, es de lamentar que sus libros no se reediten y que su figura no sea todo lo reconocida y recordada que merece. George Cheyne es, sin duda, un ejemplo de dedicación rigurosa y honesta al estudio y a la difusión de la figura de Joaquín Costa, una de las más grandes e importantes personalidades que el Alto Aragón ha dado a lo largo de la historia.

(Artículo, algo corregido y ampliado, publicado el 10 de agosto de 2005 en el Diario del Alto Aragón, en el número especial de las fiestas de San Lorenzo)

José María Auset, sobrino nieto de Costa y citado en este artículo, falleció en Graus el 20 de febrero de 2007. Había nacido en la capital ribagorzana en 1912.

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